viernes, 3 de agosto de 2012

Men.


Las palabras llegaron a puerto sin coger si quiera el billete, y entonces se hizo el silencio.
La tormenta se produjo en las bocas de los marineros, y sus mentes se nublaron, cegadas por el alcohol, destruyendo cualquier signo de razón en su forma de actuar.

Un silencio reinaba sobre ellos, un silencio sepulcral, el cual hacía que nadie supiera qué debía o no hacer, o decir, en aquel momento, ya que había que medir las palabras, como un cuenta-gotas, ya que de otra forma, todo acabaría de la manera menos amigable.

Es frecuente que deban suceder hechos que pongan en peligro algunas posesiones o relaciones interpersonales para que salgan a colación viejas heridas sin curar, tapadas con indiferencia, y sacadas a relucir con alcohol. Deberíamos hacer saber qué problema tenemos, en el momento que  lo tenemos, ya que de otra forma tendemos a "explotar", y poner de manifiesto que el único culpable es el propietario de la gota que colma tu vaso, antes de propinar unos maravillosos minutos de tu vida con el fin de poner punto y final a algo que cuesta mucho esfuerzo levantar, deberías expresar tus sentimientos cada día, poco a poco, y de alguna manera hacerte escuchar, no sólo con el fin de ser escuchado, sino de ser entendido.

Las horas pasaban lentas aquella noche, la brisa marina alcanzaba la ventana y todo se notaba tranquilo, los grillos indicaban las altas horas de la noche y el césped rebosaba vida; la luna iluminaba cualquier rincón que le fuese proporcionado en aquel momento, su luz era pura, brillante y clara, transmitía pureza, serenidad, y se mofaba de la insignificancia de las personas y sus problemas, eran simples, no sabían ni de dónde venían ni adónde iban.

La cabeza del chico divagaba, y dormía cada ciertos intervalos de tiempo.

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